A BUBBLE DREAM




Me encanta soñar. Me gusta dejarme sorprender por mi mente todas y cada una de las noches. Es el único momento del día donde desconecto de todo aquello que me ata a la rutina y a todos los problemas en los que pienso mientras mis ojos están abiertos.

En uno de mis viajes nocturnos, un sabio anciano que mojaba sus pies en las cristalinas aguas de una playa, me enseñó que toda persona nace con el cuerpo rodeado de pequeñas burbujas invisibles. Cada una de esas minúsculas y frágiles burbujas nos protege de todo golpe, de toda mala experiencia.
De forma que, si nunca te rindes, indiferentemente de si consigues aquello que buscas o no, todas tus burbujas se mantendrán para amortiguarte cuando caigas. Si por el contrario, tu capacidad de abandono es de un poder superior al de automotivación, tu cuerpo quedará sin apenas transparentes burbujas para evitar todo ese dolor del fracaso.

No se por qué, pero me da la impresión de que ese anciano no se equivocaba, y sabía de lo que hablaba. Todas las palabras que salían de su boca me confortaban y me hacían sentir más vivo que nunca, sumándose al acogedor calor que desprendía la húmeda arena y las maravillosas vistas que mis ojos contemplaban, los cuales, irónicamente, se encontraban en realidad cerrados.

¿Alguien sabe lo que hice al momento de oír esa historia? Metí mi cuerpo en el agua y traté de recoger piedras del fondo del mar para suplir aquellas burbujas que ya no se encontraban en mi cuerpo, y lo dejaban al descubierto ante cualquier declive. La cuestión surge cuando te percatas de que las piedras no resguardan tu figura igual que las burbujas. Y eso te hace pensar.


















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