SINGING IN THE SHOWER



Cada noche, mi bañera se convierte en mi particular y brillante escenario y pista de baile. Los botes de gel y champú parecen aplaudirme al terminar cada canción que Spotify selecciona para mí aleatoriamente (aunque hay veces que creo que esta plataforma me conoce mejor que alguno de mi alrededor).

Nada me hace más feliz que cantar (o gritar, como queráis llamarlo) mientras las yemas de mis dedos se van arrugando y mi boca se llena de agua para después escupirla en forma de chorro. En ese momento me doy cuenta que sigo siendo niño pequeño que chapotea mientras su madre se tapa con la toalla para evitar mojarse.

Un día me pregunté por qué no hacemos otras cosas con el mismo entusiasmo, ilusión y energía con la que disfrutamos de la ducha. Al fin y al cabo hemos de alegrarnos cada día de ser felices con lo mucho o poco que tengamos (algo que rara vez cambia, a no ser que el calvo de la lotería llame a tu puerta en Navidad).

Por eso, sería genial que cantáramos mientras andamos por la calle, riéramos en compañía a la hora de la comida y gritemos al levantarnos por la mañana. Baila mientras te lavas los dientes, mientras preparas el desayuno y cuando salgas de fiesta. Tengo la teoría de que nuestro cuerpo no es rígido para que podamos disfrutar de cada momento bailando, aunque sea de forma arrítmica y nuestro pelo termine tan mal que Eduardo Punset parezca a nuestro lado "la chica de pelo Pantene".

Empieza el día dejándote llevar por el ritmo de la música (incluida la del vecino ruidoso), y termínalo cantando y bailando bajo la ducha. ¿Se os ocurre un mejor estilo de vida?


























 
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