ETERNAL TIME



Los rayos de sol atravesaban el traslúcido cristal de la ventana de marco blanco, proyectando unas vetas coloridas en su espalda causadas por la descomposición de la luz que inundaba la habitación.
El lago luminoso formado en la zona lumbar de su columna hacía de su piel un tejido claro y radiante, como el agua que traslada cada ola del mar, como la nieve que culmina la cúspide de una montaña.

Acaricié con mi dedo índice la zona iluminada de su chispeante tez. En ese momento noté cómo su respiración se contraía, para seguidamente exhalar una bocanada de aire que satisfizo todo mi cuerpo, colmándolo de la más pura energía e inocente ilusión.
Su cabello cobrizo sobre la almohada no era inmune al resplandor de la mañana, creando encima de la sábana un efecto similar al desplome de una gota de vino sobre un mantel color pálido, la cual se ha ido deslizando por el borde de una copa transparente hasta caer.

Mis ojos recorrieron cada mechón hasta llegar a su pequeña oreja. Llevaba aquellos pendientes que le regalé para el día de su cumpleaños, y esbocé una sonrisa al recordar la suya al abrir la caja de terciopelo que los contenía en el momento en el que se los di. Me dijo que no sabía cómo agradecerme aquél regalo, pero lo que ella realmente no sabía es que el mayor presente que se puede conceder es tenerla a mi lado cada día.
Aquellas bromas tras cada discusión y aquellas discusiones que empezaron siendo bromas son las que me arman de fuerza para levantarme de esa luminosa cama cada mañana.

Me pregunté entonces cómo sería cada amanecer cuando ella no siguiera cada huella que yo he ido dejando en el camino, tratando ella de perfeccionarla cada vez más, y yo a su lado, cogiéndola de la mano y animándola para que pisase más fuerte.

Mientras hallaba respuesta a esta pregunta, sus pestañas se separaron dejando entrever sus morenas pupilas, abrazadas por el brillante color leña de sus ojos; "son vulgares" decía ella siempre, mientras yo pensaba que no había visto paisaje más bello y acogedor en mi vida. Quizá sea porque es el único que me recuerda quién soy y porqué estoy aquí.

Eso sí que era verdadero brillo, y no el de los rayos del sol que inundaban la habitación; eso sí que era transparente vidrio, y no el de la ventana de marco blanco.


























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